Fue a inicios de la primavera. Eran los típicos días lluviosos de esa época. Por eso, su cuerpo y mi cuerpo pesaban de la humedad. Su aroma era cual fragante como el lirio de los valles. Aunque no sea como ella, yo sé que su fragancia era serena a mi pequeño olfato.
Un aparato misterioso a mi vista empezó a ser un gran escándalo. Ella solo veía como sonaba. No le presté somera atención. La Tierra rotaba sobre su propio eje con calma. Por eso, tanto su cuerpo como el mío, iban perdiendo calor lentamente. No tenía de que preocuparme. A lo lejos, oí que ese aparato decía: "En este momento no estoy en casa. Deje su mensaje. Gracias". Un largo pitido laceró mis sensibles orejas. Desde ese día me recogió. Soy su gato.
Conmigo fue amable como una madre. Acariciándome en mis momentos de angustia. Mimándome en mis derrotas. Dándome de comer esa divina ambrosía que extrañaba de mi anterior progenitora. Empero, era hermosa como una amante. Sus ojos no se despegaban de los míos. Día tras día, besaba cada parte de mí. ¿Qué hice para merecer un sueño como este? No tardé en enamorarme de ella. Pero, simplemente soy un gato.
Vivía sola. Cada mañana ella solía ir a trabajar. No estaba al tanto de su trabajo. Tampoco me incumbía saberlo. Solamente me gustaba la manera en que salía de su habitación. Su pelo, cuidadosamente recogido y cepillado. Bañada en perfume de bálsamos y fresas silvestres, posó su mano en mi cabeza, y decía:
- Me marcho.
Lo decía bien claro. Se incorporaba. Sonaba el eco de sus zapatos, y abría esa pesada puerta metálica.
Por un segundo quedaba un olor nostálgico, cual césped mojado por la lluvia mañanera. Recordé el hecho de que mis orígenes no fueron como el de otros gatos. No sé exactamente lo que hice. Como no quería estar solo, me aventuré a buscar alguien. Aunque sea solo para ver. Fue extraño que aquella chica me recogiera. No tenía como agradecérselo.
Sin que me diera cuenta, el verano había llegado. Había conseguido una novia. Una gatita llamada Mimi. Esta era muy juguetona, linda y sobre todo coqueta. Pero aún era leal a mi dueña. Mimi, celosa, rezongó:
- ¡Cásate conmigo!
- Mira, Mimi, te lo he dicho cientos de veces. Ya tengo una pareja. Me encariñé mucho a ella. No la cambiaré por nada del mundo.
- Mentiroso.
- No soy un mentiroso.
- Entonces deja que la vea.
- No quiero
- ¿Por qué?
- Verás, Mimi, creo te lo he mencionado muchas veces, pero este tipo de conversación la dejaremos cuando seas más adulta. Algo, supongo. Este tipo de conversaciones no acabarían nunca.
Entendió mi mensaje al parecer. Descaradamente, ella me dijo:
- Vuelve algún día para jugar. Tienes que volver. De verdad, tienes que volver. En serio, tienes que volver pronto.
Así fue mi primer verano. Vientos cada vez más gélidos comenzaron a abrazar mi ser. Fue durante esos días que ella, tras una supuesta conversación consigo misma, empezó a llorar. Sus lágrimas iban al vaivén de las hojas otoñales. Su croma me puso melancólico, como ella. No entendía la razón, pero estuvo mucho rato llorando a mi lado. A la vez que veíamos pétalos naranjas cayendo por la ventana.
No creo que fuera culpa suya. La había conocido tanto como para pensar mal de ella. Era yo el que siempre la veía. Ella era la más amable, la más apuesta, la que vivía con más fuerza que nadie. Puedo oír sus alaridos, sus leves sollozos. Me decía: "Que alguien me salve por favor…"
Hemos vivimos un lapso oscuro, pero el mundo en el que vivimos continuaba girando. Sagazmente, el tiempo dio paso al invierno. Tengo la impresión de que había estado en ese clima antes. Pero para serme sincero, este había sido mi primer panorama nevado. Las mañanas en invierno llegan tarde. Por eso, cuando a ella le llega la hora de salir de casa aún está oscuro afuera. El ambiente se mofa de mí, creo no lo hace a propósito. Tapada hasta las cejas con un largo y grueso abrigo, parece un verdadero gato. Me dejó acostado en una repisa con vista a la ventana. Fue muy cruel al hacerlo, no quería verla partir de mí.
Ella: Con aroma de nieve, con delgados pero fríos dedos, con el sonido de las nubes negras cruzando a lo lejos. Su corazón, mi corazón y nuestra habitación…hacia resonancia a cada instante.
La nieve se lleva cualquier ruido, pero solo el sonido de su tren llegaba a mis oídos, cual trémula pasión casi a extinguirse. Tuve la satisfacción de compartir mis penas con ella. No como humano, pero así era más que suficiente. El matiz melancólico que una vez me atormentó ya era historia. Ahora lo cubrió el manto añil del invierno, de la serenidad, de la tranquilidad que tengo al saber que ella estará bien.
Espero que a ella le guste…vivir en este mundo.

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