Argentina y Francisco Icaza, esquina. Ahí estaba
mi tan afanado instituto, escuela o como le solía decir mamá. Había unos
cuantos arbolitos de mango alrededor de ella, el resto era una vereda simple,
gris como aquellos días que cubrían la ciudad. El suelo estaba erosionado por
el constante paso vehicular, o algún camión de basura que no respetaba la vía
pública. No era la “gran” escuela, como la mostraban en periódicos y revistas
bonitas, pero era la única que estaba cerca de mi casa…o eso era lo que
entendía en ese entonces.
—Buenos días, señorita Débora — Saludé
cortésmente al llegar a la entrada principal, llena de figuras caricaturescas y
colores pasteles.
— Guido, niño lindo, buenos días. Espero que hayas
traído un lunch tan sabroso como siempre. — Replicó tan gentilmente mi buena
profesora, tocando de forma sutil mi cabellera negra.
No me sorprendía en lo más mínimo el primer día.
El mismo patio agrietado en el centro, las mismas aulas que encerraban a los
niños como yo alrededor de 5 horas. Baños bicolores, algo desaseados pero aún
así cumplían su rol principal. No había césped, pero había un lugar donde
estaba repleto de piedritas redondas que no lastimaban a nadie. Todo esto ya
era algo común para mí, no de la manera despectiva pero me refiero a que ya era
parte de mi aburrida rutina. Llegué a mi aula, cogí un asiento delantero y
espere a nuevas instrucciones de la profesora.
“Guayaquil.
Lunes, 7 de abril de 1997. ¡Feliz regreso a clases!”
Copie. Suspiré un poco, producto de mi
aburrimiento. Mecía mis pies de un lado al otro, esperando que algo interesante
pasara. En esos instantes, quería que se viniesen las típicas fiestas como el
día de brujas, algún feriado o un paseo a un lugar interesante. Aparentemente,
todo seguía el mismo patrón. No hubo nada más allá de lo ordinario ni nada de
poco provecho.
Extraño, supongo. Pienso yo que estas ideas
surrealistas no deberían merodear por mi cabeza. Mas bien, debería estar
pensando en los próximos partidos de fútbol, maneras de cómo hacer travesuras o
quizás jugar con las bolichas coloridas que tenía dentro de una botella en
casa. Aunque, estas “maneras” de poder
divertirse las llevaba raramente acabo…pero, poquísimas veces al mes.
Se llevó después acabo la hora del almuerzo
escolar, mejor conocido como “lunch”. Fui con unos chicos que estaban en la
parte central del curso, ordenados a manera de ronda. Quería impresionarlos un
poco con el nuevo jugo de manzanas que salió en la televisión, de aquel que
cualquier niño se le haría “agua la boca” como decían en la propaganda.
Entonces, me acerqué a una pequeña abertura que
el grupo había formado. Balbuceé:
— Ummm…Dis-disculpen, ¿qué han traído para comer? —
exclamé algo temeroso — Porque hoy traje algo muy rico y bonito — reafirmé mi
confianza al hablar del producto que poseía.
— Vaya, compañero, que afortunado que eres —
respondió una chica ; sentía cierto grado de sarcasmo en sus palabras, pero eso
no me importó — la mayoría de los que estamos aquí hemos traído alimentos de
nuestros hogares.
— Entiendo…—luego de una pequeña pausa, asistí con
un gesto “que-me-importista“.
— Soy buena fisgoneando la comida que traen los
demás. De esta aula, los únicos que han traído ese tipo de comida eres tú y
otro chico más. Supongo ha de ser nuevo porque nunca lo había visto por aquí —
Empezó luego a dar una pequeña risa algo pícara mientras se enrulaba los
mechones de cabello en su frente.
¿Alguien nuevo? Pensé que me iba a dar cuenta de
este tipo de cosas. Después de esto, la chica me había señalado donde se
hallaba el chico. Apuntó hacia una de
las bancas delanteras, esas que no todos optaban por sentarse normalmente. Me
causo el hecho de que dicho chico este inmutado frente al pizarrón, a un punto
donde solo él conocía.
Aproximé lentamente mis pasos, miraba las
comisuras del piso para no perderme y procurar que lo estaba haciendo bien. Mientras me
acercaba, escuché ciertos murmullos provenientes de él. Cada palabra era
rápida, trataba de asimilar las que más podía:
—…sabías…te enfrentaste solo… — susurraba
con voz ronca, algo raspante a cualquier
oído — …tentativa inútil…Damián.
¿Dónde había oído ese nombre antes? Si aislo cada
palabra que ese chico menciona, no tienen nada de sentido. No obstante, ¿porqué
tengo la ligerísima impresión que estas palabras ya las he presenciado en algún
lado? En perplejidad, traté de buscar alguna explicación en mi cabeza que despejara
esta duda que crecía inescrupulosamente.
Comenzaba a exaltarme un poco. De la nada, perdí
el balance sobre mi cuerpo. Traté de equilibrarme con las bancas a mi
alrededor, pero mis manos sudaban descomunalmente. Sentía que mi cabeza tenía
un gran peso encima, como una botella de tres litros… ¡O más que eso!
Tan solo, el derrumbe de cuadernos encima de mí hizo
cesar mi súbita conmoción…por un
momento.

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