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A través de las esporádicas palabras escritas aquí trato de explicar pequeños retazos de vida. No es nada fuera de este mundo. La simplicidad es algo que siempre tengo presente. Mis entradas son libres de comentar al público en general.
También se que mis escritos no puedan llegar a ser del agrado de muchos puesto a mi escaza (o casi desinteresada) habilidad de escritura, pero daré lo mejor de mi en este gran camino.
Sin nada más relevante que agregar: ¡BIENVENIDOS!

jueves, 15 de noviembre de 2012

(III) Días Escolares: Conmoción





Argentina y Francisco Icaza, esquina. Ahí estaba mi tan afanado instituto, escuela o como le solía decir mamá. Había unos cuantos arbolitos de mango alrededor de ella, el resto era una vereda simple, gris como aquellos días que cubrían la ciudad. El suelo estaba erosionado por el constante paso vehicular, o algún camión de basura que no respetaba la vía pública. No era la “gran” escuela, como la mostraban en periódicos y revistas bonitas, pero era la única que estaba cerca de mi casa…o eso era lo que entendía en ese entonces.


—Buenos días, señorita Débora — Saludé cortésmente al llegar a la entrada principal, llena de figuras caricaturescas y colores pasteles.
   Guido, niño lindo, buenos días. Espero que hayas traído un lunch tan sabroso como siempre. — Replicó tan gentilmente mi buena profesora, tocando de forma sutil mi cabellera negra.

No me sorprendía en lo más mínimo el primer día. El mismo patio agrietado en el centro, las mismas aulas que encerraban a los niños como yo alrededor de 5 horas. Baños bicolores, algo desaseados pero aún así cumplían su rol principal. No había césped, pero había un lugar donde estaba repleto de piedritas redondas que no lastimaban a nadie. Todo esto ya era algo común para mí, no de la manera despectiva pero me refiero a que ya era parte de mi aburrida rutina. Llegué a mi aula, cogí un asiento delantero y espere a nuevas instrucciones de la profesora.

“Guayaquil. Lunes, 7 de abril de 1997. ¡Feliz regreso a clases!”

Copie. Suspiré un poco, producto de mi aburrimiento. Mecía mis pies de un lado al otro, esperando que algo interesante pasara. En esos instantes, quería que se viniesen las típicas fiestas como el día de brujas, algún feriado o un paseo a un lugar interesante. Aparentemente, todo seguía el mismo patrón. No hubo nada más allá de lo ordinario ni nada de poco provecho.

Extraño, supongo. Pienso yo que estas ideas surrealistas no deberían merodear por mi cabeza. Mas bien, debería estar pensando en los próximos partidos de fútbol, maneras de cómo hacer travesuras o quizás jugar con las bolichas coloridas que tenía dentro de una botella en casa.  Aunque, estas “maneras” de poder divertirse las llevaba raramente acabo…pero, poquísimas veces al mes.

Se llevó después acabo la hora del almuerzo escolar, mejor conocido como “lunch”. Fui con unos chicos que estaban en la parte central del curso, ordenados a manera de ronda. Quería impresionarlos un poco con el nuevo jugo de manzanas que salió en la televisión, de aquel que cualquier niño se le haría “agua la boca” como decían en la propaganda.

Entonces, me acerqué a una pequeña abertura que el grupo había formado. Balbuceé:
   Ummm…Dis-disculpen, ¿qué han traído para comer? — exclamé algo temeroso — Porque hoy traje algo muy rico y bonito — reafirmé mi confianza al hablar del producto que poseía.
   Vaya, compañero, que afortunado que eres — respondió una chica ; sentía cierto grado de sarcasmo en sus palabras, pero eso no me importó — la mayoría de los que estamos aquí hemos traído alimentos de nuestros hogares.
   Entiendo…—luego de una pequeña pausa, asistí con un gesto “que-me-importista“.
   Soy buena fisgoneando la comida que traen los demás. De esta aula, los únicos que han traído ese tipo de comida eres tú y otro chico más. Supongo ha de ser nuevo porque nunca lo había visto por aquí — Empezó luego a dar una pequeña risa algo pícara mientras se enrulaba los mechones de cabello en su frente.
¿Alguien nuevo? Pensé que me iba a dar cuenta de este tipo de cosas. Después de esto, la chica me había señalado donde se hallaba el chico. Apuntó  hacia una de las bancas delanteras, esas que no todos optaban por sentarse normalmente. Me causo el hecho de que dicho chico este inmutado frente al pizarrón, a un punto donde solo él conocía.

Aproximé lentamente mis pasos, miraba las comisuras del piso para no perderme y procurar que  lo estaba haciendo bien. Mientras me acercaba, escuché ciertos murmullos provenientes de él. Cada palabra era rápida, trataba de asimilar las que más podía:

      —…sabías…te enfrentaste solo… — susurraba con voz ronca, algo raspante  a cualquier oído — …tentativa inútil…Damián.

¿Dónde había oído ese nombre antes? Si aislo cada palabra que ese chico menciona, no tienen nada de sentido. No obstante, ¿porqué tengo la ligerísima impresión que estas palabras ya las he presenciado en algún lado? En perplejidad, traté de buscar alguna explicación en mi cabeza que despejara esta duda que crecía inescrupulosamente.

Comenzaba a exaltarme un poco. De la nada, perdí el balance sobre mi cuerpo. Traté de equilibrarme con las bancas a mi alrededor, pero mis manos sudaban descomunalmente. Sentía que mi cabeza tenía un gran peso encima, como una botella de tres litros… ¡O más que eso!
Tan solo, el derrumbe de cuadernos encima de mí hizo cesar mi súbita  conmoción…por un momento.

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