Baldosas todas mugrientas
y con sus ropas cuasi amarillentas,
así era el ambiente
donde estábamos presentes.
Parecíase una pequeña ciudad a descubrir,
con camaleros que trataban de sobrevivir,
con las caras demacradas de muchos legumbreros
y los ojos de incertidumbre de ciertos pordioseros.
Fue entonces que nos topamos con un frutero
que conocía a mi amigo desde su año primero.
Y con mucho cariño le dio una manzana,
según el para mantener su mente sana.
Nuestra hambre fue tal
que la compartimos a mordiscos.
Tan dura, tan jugosa;
tan escarlata, tan apetitosa.
Cuando arrojé su hueso corazón
me fijé en un armatoste de reloj.
A las ocho queriendo su manecilla apuntar,
una decisión estaba dispuesto a tomar.
Y cuando quería empezar a hablar
una voz empezó a declamar:
Fue una aventura muy genialy aunque se estuvo en el peligro y en lo trivialgané experiencia, habilidady una divertida amistad.Tu futuro en mi no debes reflejarpuesto que tengo cosas a tribular.Las heridas de anoche desapareceránpero tu proeza no he de olvidar.Leonardo, mi apellido a saber;Leo, a secas conocíanme.Laméntome nunca introducirmepero era eso, antes de irme.
Y dije mi nombre de ángel,
aquel que no quise pensar
ni sus siete letras recordar.
Así que sonreí.
Para luego abrazar.

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