Mi
cabello estaba tan alborotado, como todas las mañanas. Quizás se debía por la
extensa melena que me gustaba tener, algunas mechas se venían a mi cara y
obstruían parcialmente mi visión. El sudor se había impregnado en toda mi pijama
a cuadros. Restregué mi cara con el anverso de mi mano, sacándome las lagañas
que siempre se formaban. Luego, con ambas manos, empecé a darme ligeros masajes
a todo el rostro para poder despertarme por completo. Quería percatarme que
todo esté bien.
Dentro
de cinco minutos, sentí pasos que se aproximaban a la puerta cercana. Vi como
el manubrio lentamente giraba su cabeza, hasta cierto punto que se detuvo y la
puerta en sí se empujo sola. Un leve pitido era todo lo que oí alrededor de
diez segundos, el sonido del silencio. Mi temor era tal, que agarré mi vieja
colcha, tapando mi cara por completo. Quise pensar algo bonito, someramente
confortante, pero como rayo venían a mí el temor latente y la ira pasiva. Así
que fijé un punto determinado en el
interior de la colcha, y lo miré detenidamente. Tras pocos segundos de
mentalizarme “optimismo”, algo empujaba la colcha bruscamente, pero mis manos
no la soltaban desde arriba. Hasta que fui absuelto de la oscuridad que me
escondía, y los rayos del sol volvían a golpearme.
— ¿Qué crees que estás haciendo, Guido? — Entendí que había sido mi madre la causante de mi “libertad”. Solo la vi, y callé. — Son las siete de la mañana, ya están dando las noticias en Tc — Ella, y muchas personas usaban ese acrónimo para Tc Televisión; quizás la persona que lo popularizó fue muy vaga, es importante decir todo por completo.
— Ya mismo me arreglo, estoy buscando unas medias que se me han extraviado— Tuve que decir una pequeña mentira piadosa para no sentirme abochornado.
— No te demores, en la mesa te deje el vaso de leche y los panes de la panadería de Venezuela. — De nuevo, no eran propiamente del país, sino que hacía alusión a la calle donde se localizaba.
— ¿Qué crees que estás haciendo, Guido? — Entendí que había sido mi madre la causante de mi “libertad”. Solo la vi, y callé. — Son las siete de la mañana, ya están dando las noticias en Tc — Ella, y muchas personas usaban ese acrónimo para Tc Televisión; quizás la persona que lo popularizó fue muy vaga, es importante decir todo por completo.
— Ya mismo me arreglo, estoy buscando unas medias que se me han extraviado— Tuve que decir una pequeña mentira piadosa para no sentirme abochornado.
— No te demores, en la mesa te deje el vaso de leche y los panes de la panadería de Venezuela. — De nuevo, no eran propiamente del país, sino que hacía alusión a la calle donde se localizaba.
Me
puse nueva ropa interior, ajusté mis medias, y de a poco fui añadiendo a mi
cuerpo la camisa con el logotipo de la institución donde estaba, más el
pantalón jean holgado que me obligaban a usar. Sentado sobre mi cama, comencé a
ponerme los zapatos negros, brillando de lo más hermoso. Tambaleante a los
primeros pasos, pero la firmeza se manifestó a los minutos. No me faltaba nada,
al menos para la habitual indumentaria.
Corrí
a toda prisa hasta la puerta principal de nuestra casa, no podía seguir más,
puesto estaba esperando a mi mamá (Ella tenía la costumbre de llevarme a
clases). Muy ansioso estuve porque era la primera semana de clases, tenía la
pequeña esperanza de poder conocer gente nueva o estrechar lazos fuertes de
amistad con algún profesor.
— ¿Está listo para su primer día de clase, hijo? — Cada palabra fue muy tierna, envuelta del dulce sabor hogareño que siempre solía degustar.
— ¡Por supuesto! — Asentí levemente con mi cabeza.
— ¿Está listo para su primer día de clase, hijo? — Cada palabra fue muy tierna, envuelta del dulce sabor hogareño que siempre solía degustar.
— ¡Por supuesto! — Asentí levemente con mi cabeza.
Sacó
una llave, y abrió lentamente la chapa de oro que estaba incrustada en la gran
puerta de madera. Luego, habíase bajado cada escalón añejado que a la par de
mis pasos gritaba a manera de chirridos propios del estado de la madera. Al
final, nos topamos con otra puerta. Aquella era más delgada, pero su estado era
el mismo de las escaleras que había cruzado: Deprimente.
Cuando
pudimos cruzarla, un gran resplandor me impidió ver todo, al menos por algunos
ínfimos segundos. Ya normalizado toda mí visión pude ver la grisácea acera a
pocos metros de mí, también las casas de tonos pasteles aledañas a la mía, la
tienda esquinera, los largos postes sin fin que estaban cuadra tras cuadra…en
fin, pude ver todo mi barrio.
— Guido, crucemos rápido para comprarte lo que tienes que llevar para tu lunch—Aquello que comía siempre al momento que me libraba de los profesores. Por lo regular, mi mamá seguía el sistema “solido-líquido”. Esto era que me compraba algo de tomar (alguna leche, jugo de frutas, yogurt) y algo que mis dientes puedan triturar (galletas, pasteles, papas fritas).
— Me pregunto ¿qué me comprarás hoy? — De por sí sabía la respuesta, pero trataba de ser un poco sutil con ella. — Por la televisión ha salido un jugo de frutas, no recuerdo su nombre, pero la cajita tenía una manzana con gafas de sol. Sería bonito que me la comprarás. — Insinué un poco.
— Ahí veremos—Contesto muy seca.
— Guido, crucemos rápido para comprarte lo que tienes que llevar para tu lunch—Aquello que comía siempre al momento que me libraba de los profesores. Por lo regular, mi mamá seguía el sistema “solido-líquido”. Esto era que me compraba algo de tomar (alguna leche, jugo de frutas, yogurt) y algo que mis dientes puedan triturar (galletas, pasteles, papas fritas).
— Me pregunto ¿qué me comprarás hoy? — De por sí sabía la respuesta, pero trataba de ser un poco sutil con ella. — Por la televisión ha salido un jugo de frutas, no recuerdo su nombre, pero la cajita tenía una manzana con gafas de sol. Sería bonito que me la comprarás. — Insinué un poco.
— Ahí veremos—Contesto muy seca.
Llegando
a la tienda, nos atendió Don Arquímedes. Dulce como él solo, despachaba
una sonrisa gratis y espontánea a cada cliente. Llevaba un tiempo considerable
en la misma esquina de la calle Séptima, vendiendo confiterías y artículos que
las madres empleaban. Siempre que iba me regalaba un dulce raro que le
llamaba barrilete, sus colores y sabores era algo que mi paladar no podía
obviarse.
— Buenos días, don Arquímedes — Saludó cortésmente mi madre—.Un jugo de naranja y unas galletas de chocolate, por favor. — Mientras lo decía, sacaba de una a una las monedas necesarias para que pueda obtener mi lunch.
— Aquí tiene mi buena señora, se me cuida mucho en el camino. Dios la bendiga. — Como había dicho, él siempre expresaba la mayor cantidad de bondad posible hacia las personas del barrio.
— Buenos días, don Arquímedes — Saludó cortésmente mi madre—.Un jugo de naranja y unas galletas de chocolate, por favor. — Mientras lo decía, sacaba de una a una las monedas necesarias para que pueda obtener mi lunch.
— Aquí tiene mi buena señora, se me cuida mucho en el camino. Dios la bendiga. — Como había dicho, él siempre expresaba la mayor cantidad de bondad posible hacia las personas del barrio.
Contento, guardé lentamente el comprado en mi
pequeña mochila escolar. Estaba muy satisfecho, y a la vez algo contento porque
ya entraba a clases. Me senté un rato en unas sillas verdosas que estaban cerca
de ahí miré todo el panorama. Podía observar que a cuatro cuadras estaba la
pequeña escuela donde asistía. Aquella contorneada por sutiles árboles de
mango, la hacían ver el sitio idóneo para distraerme de la monotonía diaria. A
su vez, estampada por signos raros, palabras que no entendía en su más ínfimo
sentido. Después de todo, solo iba para aprender cosas nuevas e interesantes
(si se daba el caso).
A los pocos segundos de hacer una introspección de
mi rutina, se había caído, y
posteriormente rodado cuesta a la vereda, mi jugo de naranja Sunny (como era de plástico no sufrió
daño alguno). Cuando estaba a punto de agarrarlo, me detuvo un zapato blanco de
lona, algo sucio a mi parecer. Ya la botella no estaba más en el suelo, pues la
persona que cargaba dichos zapatos la alzó. Siendo así, aproveché y levanté mansamente
mi visión para saber quién era esa persona en realidad.
— Ten, se te cayó. — Respondió con una voz muy dócil y espontáneamente esbozaba una sonrisa.
— Gracias, señor. — Era un hombre muy alto, así que pensé lo debía tratar como un “señor”. Cargaba una bermuda como las que suelo usar en casa, una camiseta de un tono blanco hueso y los zapatos que había percatado eran roídos y sucios. — Estaba distraído viendo mi escuela que se sitúa a unas cuantas cuadras de aquí. Me gusta como los arboles de mango están alrededor de ella. Le dan una sensación extraña a mi cabeza, demasiado indescriptible.
— Y yo que pensé era el único que podía detectarlo . . .
— Ten, se te cayó. — Respondió con una voz muy dócil y espontáneamente esbozaba una sonrisa.
— Gracias, señor. — Era un hombre muy alto, así que pensé lo debía tratar como un “señor”. Cargaba una bermuda como las que suelo usar en casa, una camiseta de un tono blanco hueso y los zapatos que había percatado eran roídos y sucios. — Estaba distraído viendo mi escuela que se sitúa a unas cuantas cuadras de aquí. Me gusta como los arboles de mango están alrededor de ella. Le dan una sensación extraña a mi cabeza, demasiado indescriptible.
— Y yo que pensé era el único que podía detectarlo . . .
Me quede paralizado unos segundos. Lo último que
dijo ese señor, de alguna forma, se me hacía muy familiar. Lo difícil era
saber: ¿Dónde, cómo y cuando lo he oído? (Puesto que nunca lo había visto a él).
Silencié un cuarto de minuto, deduciendo posibles respuestas.
— ¿Te encuentras bien? — Exclamó el señor posicionando una de sus manos en mi cabeza, liberándome del estado en que me hallaba.
— Si.
— Procura tener más cuidado, tuviste suerte de que no hay muchos autos a esta hora, sino hubiese sido muy feo.
— Gracias. — Estaba tan nervioso que no sabía qué más decir.
— Me tengo que ir — dijo de repente — Estoy un poco ocupado. Cuídate. — Mientras lo decía, sacudió su mano y se retiró en sentido contrario hacia donde me dirigía.
— ¿Te encuentras bien? — Exclamó el señor posicionando una de sus manos en mi cabeza, liberándome del estado en que me hallaba.
— Si.
— Procura tener más cuidado, tuviste suerte de que no hay muchos autos a esta hora, sino hubiese sido muy feo.
— Gracias. — Estaba tan nervioso que no sabía qué más decir.
— Me tengo que ir — dijo de repente — Estoy un poco ocupado. Cuídate. — Mientras lo decía, sacudió su mano y se retiró en sentido contrario hacia donde me dirigía.
Fue extraño. Fue alguien completamente
desconocido, pero de algún modo, sentí que nos habíamos visto antes. “Y yo que pensé era el
único que podía detectarlo”, eso era lo que más me ponía a pensar.
¿Acaso
le llamaban la atención esos signos raros de las paredes de mi escuela?